martes, 11 de marzo de 2014

El violín y Él


Sacra... Apocalyptica

Estás en la Av. Reforma, a la altura de un gran hotel 5 estrellas, cerca del zócalo de la Ciudad de México. Estás ahí, con tu camisa blanca impecable, abajo traés una camisa de algodón en color gris, un pantalón de mezclilla y unos mocasines grises. Destaca tu piel blanca, tu cabello rubio cenizo, tus ojos miel con una mirada triste, lejana y distante. Tu violín es hermoso, lo sacas de su estuche con una delicadeza como si fuese de cristal. Lo colocas en tu mano izquiera, lo acomodas entre tu cuello y tu brazo y lo tocas con la mano derecha.

Empezaste con la Sonata 3 en de Rossini, la gente empezó a acercarse a tí, tu solo tocabas para tí mismo, absorto en tu violín.

Luego con la Sinfonía 5 de Beethoven... y así continuaste tocando para tí, para los demás.

Los que llegaban al hotel, los que se iban, los que pasaban, todos se paraban aunque sea un segundo en verte.

Yo estaba ahí, entre los mirones, te observaba a la distancia, pensando en la belleza de tus manos largas y delgadas, en la belleza de tu ser pero sobre todo, en la sensualidad y tristeza que tocabas con cada nota que dabas.

Paraste, hubo silencio. Te llenaron de aplausos. Diste una pequeña reverencia, se te veía extrañado por la reacción de la gente, como si no te hubieras dado cuenta que estabas en la calle, a la vista de todos, no en el conservatorio.

Tomaste tu violín, lo guardaste y no dijiste ni palabra, nadie te preguntó nada, solo te fuiste.

Yo tampoco te dije nada, solo me limité a grabarte en mi memoria.

Maryanne


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